martes, 15 de abril de 2014

Ni PríncipesNi Princesas. Uno

Primer capítulo de la novela que encontrareis por solo 0,89 en **Amazon**


Siempre han dicho que las princesas llevan vestidos y zapatos de cristal.
Audrey llevaba vaqueros y deportivas. Nunca sería - ni quería ser-una de ellas.
ABRIL

Audrey susurró un gilipollas y salió de la tienda dando un portazo, deseando que el cristal se resquebrajara.
No entendía por qué le negaba un simple tatuaje, solo una pequeña letra en la nuca, vale, tenía diecisiete y ninguna autorización de sus padres, pero… ¡solo era un puto dibujo!
Dio una patada a una lata de Coca-Cola, esta rodó desprendiendo un poco de líquido por la acera y se metió bajo un coche.
Tres meses, en solo tres meses, volvería a esa tienda y le restregaría al tío su  D.N.I por la enorme nariz.
Encendió un cigarro que llevaba en el bolsillo de la cazadora, aspiró el humo y se sentó en el bordillo de un restaurante japonés  recién abierto, el olor entró por sus fosas nasales, embriagándola. Definitivamente tenía que probar uno, y dejar de ser la única del grupo que se negaba a comer pescado crudo.
Unas pequeñas gotas mojaron la punta de sus deportivas, comenzaba a llover y su casa quedaba a bastante distancia del centro, miró al cielo divisando una enorme nube negra que amenazaba tormenta, de esas que embozan las cloacas y encharcan los baches de la carretera, dio una última calada y se levantó de un bote, debía comenzar a andar si no quería empaparse de arriba a abajo.





Jean arrancó de nuevo, el aire entraba por los rotos de la chaqueta y se colaban por entre su piel haciendo que tuviera frío,  cuando estaba irritado, enfadado o furioso siempre le daba frío, creía que era una manera de hacer  que su cuerpo se calmara, ya que debía tiritar y dar golpes a cualquier cosa para que se le pasara.
Alex era una zorra, una gran zorra de pelo negro y ojos verdes que le había engañado.
Por eso estaba enfadado, porque le había engañado en su propia cara y no se había dado cuenta, porque  Jordan, su amigo, se acostaba con su novia.
Tiritó aún más al creer verla a lo lejos, cruzando la vía principal, parpadeó y en cuestión de segundos se encontró echado en el suelo, con el casco aún puesto y la visión borrosa.


Tres minutos después, Audrey abrió los ojos restregándose los parpados con el dorso de las manos, le dolía la cabeza y la pierna parecía que se la habían partido en cuatro trozos iguales, gimoteó intentando levantarse pero le fue imposible, su fuerza parecía haberse esfumado por alguna parte del cuerpo porque los brazos cedieron con el peso y la barbilla rozó el asfalto.
Pudo ver a gente a su alrededor que murmuraba pero que no ayudaba en nada, quiso pedir un poco de consideración, gritarle al chico con gafas que la miraba con la boca abierta que en vez de observarla como si fuera un animal del circo tirara de su cuerpo y la pusiera en pie, pero como esperaba, su voz no salía, su cabeza pronunciaba en alto las palabras y su boca se negaba a abrirse para que salieran.




Dio un golpe al suelo y dejó caer la cabeza apoyando la mejilla, el suelo estaba llenándose de pequeñas gotas de agua que martilleaban sus oídos con el relajante “cloc,cloc” tenía que esperar que alguien se apiadara de su pobre cuerpo y lo levantara de allí
Escuchó sirenas, voces más altas que otras y por fin unos brazos sosteniéndola fuertemente y poniéndola en pie, quiso abrir los ojos y dar las gracias, pero lo único que pudo hacer fue dejarse caer sobre su sustento.

— Joder, ¿nadie va a hacer nada?
— No se puede tocar al lesionado sin que vengan los enfermeros.
— ¿Y qué esperas? ¿Dejamos que se  desangre?—  notó un bufido en el oído — Tiene cojones. Ei, rubia ¿Cómo te llamas?— escuchó — Venga, abre los ojos, no puedes dormirte— unas manos palmearon su cara—Vamos… abre los ojos, mírame.
— ¿Qué ha pasado?—preguntó otra voz.
—Hemos tenido una pequeña colisión. — contestaron sin dejar de dar golpecitos en  su cara.
— ¿La conoces?
—No.
—Vale, apártate, debemos mirar si tiene algo grave.
Su cuerpo pesaba toneladas, tenía los brazos dormidos y la cabeza le daba vueltas, abrió los ojos enfocando la mirada en quien tenía delante.





—Hola —logró pronunciar.
— ¿Has dormido bien?
—Supongo—Audrey intentó encogerse de hombros—auch
—Procura no moverte demasiado, tienes una contractura.
—Menudo golpe me han dado.
—Si, por lo visto te atizó un motorista despistado.
—Un idiota diría yo—gruñó.
—Sin insultar niña, tu tampoco estabas muy pendiente—se incorporó un poco buscando la voz de quien le recriminaba.
— ¿Tú eres el motorista despistado?
—Sí —el chico puso cara de dolor cuando una de las chicas pasó la aguja entre la piel de la mejilla. Audrey volvió a cerrar los ojos para no marearse al ver hacer eso en carne viva.
— ¿No lo dormís?
—No, contigo tampoco lo hemos hecho.
— ¿Dónde?—se llevó la mano a la cara, buscando — ¿me habéis cosido?
—Cinco puntos, no quedara mucha cicatriz. —Sonrió la chica que se encargaba de ella —Estabas aún en tus sueños— Audrey frunció el ceño—en la frente, justo en el nacimiento del pelo.
¡Oh no! Audrey amaba su pelo, siempre que le hacían elegir una parte de su cuerpo, elegía el pelo, rubio, de un rubio tan brillante que deslumbraba, con grandes ondas disparadas hacia ninguna parte.
—Crecerá de nuevo ¿verdad?
— ¡Claro! No te preocupes. —La chica  cerró el maletín que tenía a su lado donde estaban los habituales aparatos de médicos—ahora iremos al hospital, acaban de llamar a tu casa.
—Bien—murmuró dejando entrever una mueca, ya imaginaba el rostro desencajado de su madre.



Debbie  Babin solía ser demasiado protectora con sus tres hijas, sobre todo con Audrey que parecía dispuesta a hacerle pasar los peores años de su vida. Se escapaba a altas horas de la madrugada y solía aparecer al día siguiente sin dar explicaciones, contestaba de mala manera cuando le decía cuáles eran las reglas de oro en casa o mentía cuando le encontraba una cajetilla de tabaco en el cajón. En definitiva, la adolescencia de Audrey estaba colmando su paciencia.

El vestido blanco de estilo hippie bailaba sobre sus rodillas, los primeros rayos de sol  estaban haciendo su trabajo en la piel ya de por si oscura, miró hacia ambos lados de la carretera dejando pasar un coche que parecía tener mucha prisa y aceleró el paso para llegar lo más pronto posible al lugar donde se encontraba la menor.
Llevaba las manos cerradas en puño-dando impresión de estar dispuesta un buen puñetazo a alguien, cosa que deseaba de veras- sus pasos resonaron en la sala de urgencias haciendo que varias personas se giraran para ver quien hacia semejante ruido, ella agachó la mirada, nerviosa y avergonzada y se dirigió al mostrador, esperó unos segundos arrugando una hoja que había encontrado encima y miró el reloj.
—Ahora vienen—Debbie asintió, aún con el papel entre los dedos.
Por el pasillo de entrada a la zona de urgencias Audrey caminaba ayudada por una enfermera, cojeaba un poco y tenía un aspecto horrible, Debbie se llevó las manos a la boca, preocupada.
— ¿Qué ha pasado? —  Acarició la mejilla de la chica y el rastro de sangre reseca del pelo— ¿está bien?— preguntó ahora mirando a la enfermera
—Solo ha sido un susto, su hija está perfectamente, tiene que venir en seis días a mirarle esos puntos, aunque probablemente caigan solos—le tendió un informe de accidentes —que vaya bien señora Babin.
—Gracias.
Ya en el coche, Debbie encendió un cigarrillo y aspiró el aroma que lograba calmarle los nervios.
—Debería castigarte por esto.
— ¿Por qué? solo ha sido un accidente.
—Seguro que estabas huyendo de alguien, tú y tus líos.
—No huía de nadie, crucé la calle cuando esa moto me vino encima—Audrey colocó los pies en el guardabarros
— ¿Quieres que te crea? —Debbie apagó el cigarro sin consumir en el cenicero y aceleró— desde que tienes uso de razón no  has dejado de meterte en problemas. Audrey…— suspiró.
— Mamá, no huía de nadie. Por primera vez he tenido un accidente que no me he buscado.
— Deberías ser más como Ava.
— Si, Ava es la hija perfecta.
Audrey bufó incomoda en el asiento del copiloto, no le gustaba que la compararan, y menos con su hermana, que parecía ser la hija perfecta que todo el mundo quiere, cuando en realidad era una serpiente.
Ava era la mayor, la más apreciada por su madre, su sonrisa permanente-aunque demasiado falsa- hacia las delicias de quien estaba con ella, tenía demasiadas amigas y echaba demasiados polvos en habitaciones de hoteles, aunque claro, eso solo lo sabía Audrey y los chicos que la acompañaban.
— Está en segundo de carrera, será una excelente profesora.
Audrey asintió con la mirada fija en la carretera — y yo mama..¿yo que podría ser?
Debbie miró a su hija de reojo— si sigues así no tendrás tiempo de nada, acabarás en un reformatorio o algo peor— la chica río interiormente.
— Así se piensa de una hija, ya veo lo que me quieres.
— ¡Cállate! Te querría más si fueras más responsable, si no  me dieras tantos disgustos… algún día me mataras de angustia.—  Audrey bostezó, se sabía de memoria la retahíla.


Jean miró la moto, tenía una raspada en la parte izquierda y el retrovisor de ese lado estaba roto en pedazos, le costaría demasiado volverla a poner a punto, la pintura había saltado de los bajos dejándola de dos colores, el rojo, ya no era rojo.
Golpeó el asiento y arrancó, por suerte andaba y no tendría que cargar con ella, los coches pasaban a su lado demasiado rápido, Jean se dio cuenta que el motor también había sido dañado por algún lado, cuando viera a esa estúpida iba a pedirle la mitad de lo que le costara la factura, había sido su culpa por despistarle.
Estaba cansado de que le pasaran esas cosas por su culpa.
Desde que Alex había aparecido en su vida lo único bueno que le había pasado era tirársela. Porque Alex le había dado toda la mala suerte del mundo. Parecía una puta gata negra de esas de la mala suerte.
El taller estaba por suerte abierto, tiró de la cuerda de la campana que Mouse tenía en la puerta, el sonido retumbó en su cabeza y se recordó a si mismo tomarse un sobre para el dolor.
— Jean, tío, ¿qué ha pasado?— Mouse chocó la mano de Jean y miró la moto—   una buena ostia— sentenció
— Dímelo a mí, mira mi cara.
— ¡Joder!, tienes la mejilla cosida
— No me digas. Ojea la moto, me preocupa más ella que yo.
— Si, tu eres un tío duro, en cambio ella…— Mouse se agachó y colocó ambas manos sobre la chapa de — princesa ¿Qué te ha hecho este salvaje?— movía las manos delicadamente, como si la acariciara, Jean se cruzó de brazos — te la vendí porque creí que tú cuidarías de ella.
— Deja las tonterías, cuanto me va a costar.
— No sé, tengo que observarla bien.
— La quiero esta tarde.
— ¡Claro! Yo no tengo nada más que hacer que arreglar tu moto. ¿Has visto eso? — tras el tres motos más esperaban en fila — y todos las quieren para hoy. Tú podrías darme tregua y venir mañana a esta hora.
— Hazme un descuento— Mouse lo fulminó con la mirada — ¿Somos colegas no?
— Si ser tu colega conlleva tener que perder pasta, no, no somos colegas.
— Eres cruel. Tengo que pedirle pasta a mi padre. —  Jean rodó los ojos.
— En ese caso, te pediré el doble, a tu padre le salen euros por las orejas.



Jean negó, le dio una palmada en la espalda a su amigo y salió del taller arrastrando los pies, la lluvia ya había cesado, en el suelo, pequeños charcos y el sol asomándose por detrás de alguna nube, como si fuera un vergonzoso.
No le gustaba caminar, desde hacía cuatro años su medio de transporte era la moto, se había enamorado nada más verla en el taller, estaba llena de barro y con algunos rasguños, fue como él lo llama, un “amor a primera vista”, Mouse estaba arreglándola, por lo visto llevaba cuatro días aparcada frente a la puerta del taller y nadie la movía de allí, así que él dedujo que querían que se la quedara.
Conseguir el  dinero le costó muchos días, su padre se negaba a dárselo para algo así, decía que no iba pagar la muerte de su hijo sin necesidad, solo por un capricho.
Jean estuvo trabajando para él, llevando cafés a sus empleados, haciendo fotocopias y  recogiendo llamadas durante tres meses interminables.
Cuando por fin tuvo el dinero reunido corrió a entregárselo a Mouse, este, al principio se negó en rotundo, no imaginaba que fuera cierto que iba a llevársela, Jean solo era un niño para ese gran motor, pero no tuvo más remedio, pidiéndole primero un juramento de que la trataría bien.
Y lo había hecho, justo hasta ese día, un día que quedaría grabado en su mente-y en su mejilla-.
La chica rubia se había cruzado en segundos, ni siquiera le dio tiempo a frenar, y eso que estaba atento, pero claro…  cuando tus ojos miran al frente pero tu mente está justo en otro lado, no puedes actuar de la manera correcta. Jean gruñó.




Encendió un cigarrillo y caminó hasta la parada de autobús más cercana, de repente la musa había llegado para tocarle con su varita mágica y no llevaba nada con lo que poder transformarla en letras.
Esperó impaciente fumando un cigarro tras otro, recordando las palabras en su mente, como si fueran una lección de Geografía, poniéndoles ritmo pegadizo, miró a la gente que pasaba, una señora mayor paseando a un perro salchicha, una madre con su hija hablando de la nueva Barbie que tenía que tener en la estantería, un coche rojo un poco destartalado con la música alta y las ventanillas bajadas.
El coche frenó frente a él, el semáforo estaba en rojo, en los asientos dos personas, una mujer y una chica, rubia, Jean alzó la ceja, la rubia a la que casi mata, estaba mirando hacia delante con un pie sobre el asiento y el pelo tras la oreja, su cara-aunque de perfil- mostraba una mueca seria, como de desagrado y Jean pensó que ella deseaba salir del coche y estar en cualquier lugar del mudo menos ahí, la mujer giró la cabeza y miró a la chica, Jean disimuló antes de ser descubierto, no quería parecer un descarado, más que nada porque parecía que el tema estaba bastante feo.
Lanzó el cigarro al suelo, no hizo falta que lo pisara para apagarlo, pues cayó en un charco y se fue mojando en toda la longitud, Jean levantó la cabeza y los ojos azules de la rubia le miraron con sorpresa.
— Gracias por regalarme cinco puntos— le dijo sacando la cabeza por la ventanilla.
—  Estamos igual, mi mejilla quedará marcada para siempre.
— ¡Te jodes!
— ¡Audrey!— gritó la mujer con cara de pedir disculpas, Jean sonrió, era lo que se merecía. — ¡esta noche no sales!
La chica se encogió de hombros sin desviar la mirada de Jean— no importa— y sin más le guiñó un ojo haciéndolo participe del engaño, porque Jean intuyó que en esas palabras había un trasfondo, probablemente la chica se iba a escapar, antes que el coche volviera a arrancar Jean le devolvió la moneda.
— Ahora te jodes tú.



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